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::. Cartas desde la angustia (Parte 01)

Para: Enrique

S
eguro debes estar muy ocupado en asuntos de tu revista o tal vez te encuentres en la creación de un nuevo poema para rellenar tu blog, pero lo que tengo que decirte es muy importante, así que lamento interrumpirte. Me hubiese gustado decírtelo personalmente pero sé que tu condición de hombre te impide recorrer tan largo trayecto para visitarme en mi triste y patético distrito.

Bueno, desde hace una semana, aproximadamente, me he sentido algo enferma, me dolía la cabeza y tenia ganas de vomitar; el dolor de cabeza no me preocupó, pues supuse que era una secuela de la borrachera del 22, pero lo segundo sí me inquietó, especialmente cuando me percaté que a pesar del paso de los días las ganas de vomitar no se desvanecían.

¿Recuerdas que en ciertas ocasiones te dije que siempre se me inflaman las amígdalas - o algo parecido que esta dentro de mi garganta - haciendo que durante el proceso me de náuseas y cosas así? Al parecer estaba padeciendo lo mismo de siempre, pero algo me alarmó. Nunca antes las náuseas me hacían despertar a las 4 de la madrugada para querer vomitar; hacía un gran esfuerzo para no hacerlo - no quería ensuciar el piso, ¡¡¡que flojera para limpiar después!!! - y lo único que conseguía era que mi boca produzca gran cantidad de saliva que obviamente sí tenía que votar, pues si me lo tragaba, el vómito era inminente. Y no solo esas terribles madrugadas eran lo alarmante, sino que la pesadilla se reiniciaba al despertar y a la hora de almuerzo - era obvio, luego de pasar tan mala noche. Era como si mi estómago no quisiera recibir los alimentos que consumía, que me obligaba a devolverlos.
Mi mamá, siguiendo su sexto sentido y no perdiendo nunca la mala costumbre de la automedicación, me dio algunas pastillas, sin conseguir el efecto deseado.

Ayer desperté temprano gracias a ti. Luego de tu jodida llamada del miércoles me fui a mi cuarto a mojar mi almohada; eran casi las 11 de la noche. ¿Sabes?, las lágrimas me quitan mucha energía, así que me dormí temprano a comparación de días anteriores, en los que no había conseguido hacerlo por culpa de aquellas múltiples tazas de café a las que me he vuelto adicta. La cuestión es que cuando desperté sentí un agudo dolor en la parte inferior derecha de mi vientre y en ese instante creí haber conseguido la respuesta a mis quejidos: la gastritis. ¡Claro! Hasta hace dos años yo padecía de tal enfermedad pero creí haberme curado. Baje las escaleras y le conté a mi mamá; yo sabia que si mi papá se enteraba de lo que me pasaba me mandaría, sin meditarlo, a la posta de salud que esta cerca a mi casa, y como la única forma de que se enterara era que escuchara mi conversación con su esposa, me puse a hablar en voz alta y con ciertos ademanes de dolor. Conseguí lo que me propuse - ¿como siempre?

M e alisté y me fui con mi mami .Logré que me atendieran de emergencia, pues la situación lo ameritaba. Una doctora nos condujo hacia un consultorio. Me llamó la atención el letrero de la puerta, pues decía algo así como “consultorio médico para adolescentes"; nunca había ingresado allí.


El doctor gritó “¡Céspedes!”, y entré con mi mamá. No sabes lo que era ese
médico: (porque estoy segura que aún no es doctor (súper joven, recién salido de
la universidad, de unos 28 años aproximadamente. Al menos me sentía cómoda con
él, lo gracioso es que no me miraba hasta que votó, minutos después, a mi mamá,
por supuesto con la delicadeza del caso.

Primero me preguntó qué síntomas tenía, y luego me hizo el chequeo de rutina, el pulso y esas vainas pues. Luego de examinarme noté cierta preocupación en su rostro, yo creí que era porque le estaba agobiando con tantas preguntas y él, por su juventud y poca experiencia con pacientes de verdad, no sabia qué responderme. Mientras le comentaba todas las partes del cuerpo que me dolían, él por fin alzó la mirada, se dirigió a mi mamá y le dijo:” señora me puede dejar a solas con su hija, necesito conversar con ella”. Mi mamá lo tomó con total normalidad, pero yo no. Más tarde comprendí el por qué de la exclusión de mi mamá, pues lo que él me dijo le hubiese ocasionado un paro cardíaco.

[Esta es la parte de la historia del que sólo recordarlo hace que mis manos
empiecen a temblar y a sudar frío]


1 comentarios:

At 8:42 a. m. Anónimo said...

buen cuento, buen ritmo, buena lectura, buenos cambios...

un saludo

disculpe la intromisión pero estoy paseando por la blogosfera

 

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