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Hoy había sido un día feliz. Todo había salido a pedir de boca, de labios y hasta de cuerpo.
Regresaba a mi casa pensando en que mañana no podía ser mejor, es más que ningún otro día siquiera podría intentar serlo, cuando de pronto, un hombre triste se posó en mi cabeza.

– ¿Qué te pasa, estás loco? –, le dije, más asustado que impresionado.

El hombre, que no parecía haberse fijado en lo anormal que me resultaba la escena, aún parado en mi testa, me dijo:

– Pues soy un ave triste.
– No lo creo, eres un hombre que está sobre mi cabeza.

La duda me mataba, pues si bien era un hombre de 40 años por lo menos, no pesaba lo que el tamaño de su cuerpo merecía. Era más bien, bastante liviano.

– En todo caso, ¿por qué estás en mi cabeza?–, le dije indignado, al hombre.
– Las aves solemos posarnos.
– Y, ¿Por qué sobre mí?
– Ya te dije. Soy un ave triste. Las aves como yo buscamos ramas con el mismo carácter.
– ¿Perdón? Para empezar, yo no soy una rama, soy un hombre, como tú. En segundo lugar, yo soy feliz.
– No lo creo. Eres triste.

"¡Qué pajarraco para estúpido! Yo soy un hombre feliz", me dije. Sin esforzarme en pensar mucho sobre las innumerables razones de mi felicidad, le mencioné solo algunas:

– Mira pajarito, yo soy un gran periodista de uno de los más grandes periódicos de Lima– le dije, con tono botadazo.
– Y también sabes que estás ahí gracias a las influencias de tu papá, el director de ese gran periódico.
– Bueno. Pero tengo una novia muy linda y estamos a punto de casarnos.
"Eso tenía que funcionar", todos en la oficina envidiablan mi suerte en ese aspecto. Eso era innegable para cualquiera.

– Sabes también que ella está contigo por interés– me dijo, sin dejarme seguir puliendo mis pensamientos.
–No lo sé, la verdad. Pero al menos gozo de buena salud, ¿no?
–La verdad, no. Tienes problemas de erección y eyaculación. Lo sabes bien.

Estaba un poco aturdido, por tanta impertinencia y por que no sabía como tal pajarucho aguafiestas y de mal-agüero podía conocerme. “Maldito pájaro”, me decía, mientras pensaba en que quizá todo esto era parte de una venganza por parte de estos animales con alas, por haberles tirado tantos hondazos de niño:

– Basta pajarraco, ¿qué quieres de mí?
– Sólo estoy cansado de volar tanto, y quería posarme un rato de tus ramas.
– Que no tengo ramas, carajo.
No tendría por qué haberme molestado su presencia, total el hombre no pesaba mas de medio kilo. Hasta que, de pronto, empezó a irritarme cuando comenzó a picotearme de la nada y a cagarme en la cabeza.

– Loco de mierda, lárgate de mi cabeza– le dije. Y ahora si había logrado molestarme. Lo espanté con mis manos esperando a que se fuera. Mas no fue así. El pájaro sólo revoloteaba y volvía a posarse en mí una y otra vez.

Así estuve largo tiempo, hasta que algo me dio un halo de esperanza: había empezado a llover. Llovía poco es cierto, pero sus alas se estaban mojando al igual que su cuerpo entero. Ello parecía molestarle. Así que tomó un largo suspiro y se fue volando a posarse en un árbol viejo, sin hojas y con ramas podridas, que estaba en un jardín cercano. Desde allí el pájaro me vigilaba cauteloso, como esperando a que la lluvia pasara o buscara refugio, para seguirme.

No quise darle el gusto a ese maldito pájaro. Así que me quedé en el mismo lugar. Pero, mientras estaba parado ahí bajo la lluvia me puse a pensar en qué era lo que me hacía o (mejor aún) en qué debería hacerme feliz. Me quedé ahí, inmóvil, mientras pensaba en qué podría hacer para liberarme de él, cuando pasara la lluvia.

¿Fue en un cuarto número 4 de un telo?

― No. Fue en el polvo número 4. ¿Otro motivo? Gilia y yo llevamos 4 años viviendo en este barrio que nos parece bien tranquilo y de gente amigable, y hace 4 semanas nos avisaron que nos trasladarían a trabajar a Puno. ¡¡¡ Se me va a congelar el culo, por la putamar´e!!!

Además, hace 4 días que estoy…

―jajaja. Esas cosas no pasan, Aarón, no me vengas con huevadas. Pasa que yo creo en Dios y tú en la competencia pues. Eso es todo.

― Pucha, a mi me pasa eso con el 4 pues ¿qué te puedo decir?

― ¡¡¡Uy!!!, se me hace tarde manito. Bueno sólo pase a despedirme de ustedes, que pena que no esté Gilia, pero ya les mandaré un mail pues. ―me dijo, como decidido ya a cualquier cosa; hizo un ademán de despedida con la mano, sin voltear, y se fue con dirección a casa de Marita, que estaba cruzando la calle, al frente de mi departamento.

Cuando mi ya calmado amigo se iba, miré mi reloj de pulsera. ¡¡¡ Eran cinco para las 4!!! ¿Se había citado con don Guillermo a las 4 para pedirle la mano de su hija?

―¡¡¡ Putamar´e, 4!!! ¡¡¡4!!!. Bah, el no cree en 'esas huevadas'― Dije en voz alta, como olvidándome que la empleada ya había vuelto a reanudar su sesión de novelas a mi costado.

Mire por la ventana y logré verlo en medio de la calle. Esa sería la última vez que lo vería en mi vida

Luego de confesarme ello, me di cuenta de que Julio tenía motivos de sobra para estar como estaba: Jamás había visto ni peor, tratado a su futuro suegro en persona. No supo explicarme cómo así se encontraba en esa situación. Pero por lo que yo sabía, don Guillermo hacía continuos viajes al exterior, y Julio tenía unos horarios bien jodidos en el trabajo. Esas sólo eran hipótesis mías; lo cierto era que durante los años en que estuvo con Marita nunca se pudo cruzar con su futuro suegro.
Julio me contó que una vez le contestó el teléfono, pero que don Guillermo no fue muy amable con él, que, como por automatismo, se hizo pasar por un amigo. Acordarse de aquella escena era algo no muy alentador para como pintaba su situación.
― Seguro fue un poco cortante por que en esos días lo habían operado pues. ¡Carajo, ¿a quién no le jodería todo luego de una operación a la vesícula?! ― Le traté de explicar.
― Al margen de eso, Aarón, ―me dijo― no sé, lo oí un poco con voz de tener pocos amigos. Hasta Marita me dice que es algo 'especial'.

Aquello era muy cierto; don Guillermo era bastante 'especial': tenía la costumbre levantarse a las 4 de la mañana a regar su jardín, aunque a veces no era tan necesario hacerlo. No contento con ello, levantaba a toda su familia a las seis y media, sin motivo más que el que estén despiertos; nadie se salvaba, así fuera su cumpleaños. Era un señor algo hosco y amargado, pero ¡¡¡¿quién no lo es luego de pasar los sesenta años?!!!

― Pero ¿me veo bien no? ― Me dijo, olvidándose un rato de don Guillermo.
― Si pues, nunca te había visto así. Pareces disfrazado como para pedir el empleo de tu vida.
― Y no es para menos, debo lucir bien y… aparentar que mi sueldo es mucho mejor que mi gracia jajaja.

Luego de aquella carcajada, parecía haberse calmado un poco. Ya había dejado de comerse las uñas ―en realidad era por que ya no le quedaban― y me estaba contando que se había hecho una sarta de cojudeces para tener 'buena suerte'.

― ¡No jodas. ¿Me dices que tienes una pata de venado en tu mochila?! ― Le comenté estupidizado.
― Eso no es nada. Deberías oler mi perfume de esencia de ruda.
― ¿Qué te pasa man? ¿Vas a pedirle la mano de su hija, o a ver si te fusila o no? ―. Le comenté como queriéndole sacar de su aún notoria preocupación.
Además has preparado todo para tener 'buena suerte', pero, ¿y la 'mala suerte' qué? ¿Te diste cuenta si pasaste debajo de una escalera? ¿Viste gatos negros y esas cosas…?
― No pues, Aarón, yo no creo en esas huevadas, eso sí que no.
― Pero si crees en la 'buena suerte', ¿por qué no en la 'mala suerte'?
― Ya sería demasiada huevada pues. ¡¡Pero lo de la patita de venado funciona ah!! Mira, una vez estaba en…
― Yo si creo en 'la maldición del 4'― Le interrumpí.
― ¿Ah? ¿Cómo es eso? Yo había escuchado del siete o del trece, pero ¿del 4? Explica.
― Ya sabes…Me jode todo lo que tenga que ver con ese puto número.
Mira: Mi más corta relación, duró 4 días. ¿Por qué? Por que el día 4 ella descubrió que le había puesto cachos y me dio una paliza de la misma receta que solo mi madre tenía.
Una vez me desgarré cuando estaba en la cama con mi novia ¿Por qué? Por que la había puesto en 4. Hasta ahora tengo secuelas.
― Me gustaría ver ese desgarro. jajaja
― ¿Otra razón para odiar el 4? Ahí te va: Sólo una vez en mi vida me vine dentro de mi flaca cuando lo hicimos sin condón. Adivina qué.

Todo se había decidido ya hace 4 semanas. Mañana, mi novia Gilia y yo, nos iríamos de aquel barrio, luego de haber vivido ahí más de 4 años, tiempo exacto desde el primer día en que decidimos vivir juntos. Todo estaba ya empacado.

Desde hace 4 días me sentía mal y me habían dado licencia para faltar al trabajo―Cosa que no necesitaba mucho que digamos, por que siempre he hecho lo que quiero ahí, al fin de cuentas, mi jefe me cree y quiere, más que mi madre―. Aparte de ello también había dejado mis otras obligaciones, así que ahora lo más productivo que podía hacer era echarme en mi sofá y ver tele.
Estaba asado de ver tanta basura que pasan…sobretodo a esa hora. Sólo había que elegir entre una novela u otra, todas, trilladas, aburridas, estúpidas, lloronas y predecibles… o sea mexicanas pues.
María, la empleada de la casa era la única que parecía estar contenta con ello ― ¿Por qué lloran las mujeres? ¡¡¡Por cojudeces de novelas como esas, podría ser una buena respuesta!!!―.
Eran las dos y quince de la tarde de aquel jueves enfermizo; estaba echado en mi sofá rojo, a punto de dormirme, con mi empleada, llorando, al lado, cuando sonó el timbre.

― Es el señor Julio, joven. ― Me dijo María.
― Déjalo pasar.

Julio era un amigo mío, al cual conocía casi desde el primer día en que vine a vivir aquí. La verdad es que él no era vecino mío, tampoco vivía cerca, pero casi de seguido se aparecía por el barrio. Pasaba que Julio, un joven profesor de química emprendedor pero bastante retraído y tímido, tenía una relación de más de 4 años con Marita, mi vecina, una chica igual de retraída ―nunca pude imaginarme cómo les saldrían los hijos―y superprotegida por sus padres, a pesar de sus veintiún años recién cumplidos, 4 años menos que mi iluso amigo.
Los 4, de vez en cuando nos reuníamos a tomar unos tragos, a bailar o simplemente a charlar en casa.
Hoy no iba a ser así, a pesar de que era mi último día en el barrio. Julio había venido a tocar mi puerta…estaba solo. Estaba sudoroso, inquieto, con la mirada evasiva y ansiosa; una conducta un poco sacada de cuento de terror para un tipo tan sereno y predecible como él.

― ¿Quieres que te cuente algo extraño? ― Me dijo con voz pasiva y resignada.
― Siempre― Le contesté con una sonrisa cachacienta.
― Nunca lo he visto, a las justas si sé su nombre.




El chico me preguntó si yo había tenido relaciones sexuales... fue un balde de agua helada. Es decir, ¡qué tenia eso que ver con lo que me pasaba!, ¡yo fui para me curen los rezagos de una gastritis mal curada, no para hablar de mi vida privada! Pero muy dentro de mí tenía la respuesta. Fingiendo naturalidad y ocultando mi nerviosismo, le dije que sí; vi su rostro y estaba pálido - considerando que él es súper blanco. Hasta ahora tengo guardada expresión de su rostro, era una mezcla de vergüenza y nerviosismo. Media hora antes ni me miraba, pero en esos instantes me miraba como si sintiera pena por mí. Me preguntó cuando fue la última vez que tuve relaciones y si me cuidaba. Le dije la verdad, que hace tres semanas, y en lo otro, por alguna extraña razón le mentí. Le pregunté el por qué de sus sucesivas y confusas preguntas, y me pronosticó lo que siempre he temido desde que estoy contigo:

- "Al parecer tienes síntomas de embarazo"-me dijo. Mi mundo se cayó a pedacitos. Era solo yo y un feto dentro de mí. Sentí morir y también sentí odiarte. Me quedé viendo el vacío unos segundos, hasta que, él, ese joven de chaqueta blanca me preguntó cuando había sido el primer día de mi último periodo. Los pedacitos se volvieron a unir:
-“El 20 de julio, hace dos semanas”, le contesté, y él lo apuntó en una ficha médica a mi nombre. Fue la primera vez en que si pude recordar una fecha de esa clase, casi nunca las tomo en cuenta. "¿Entonces qué?”, me pregunté. Creo que el médico debió escucharme, por que me dijo que esas preguntas eran de rutina para así poder descartar ciertas alternativas. Me dijo que el embarazo estaba descartado, pero aún a sí noté cierta vacilación en su afirmación. ¿Pero esa posibilidad es nula no? Es decir, nosotros lo hicimos el 15, 16 y 17 de julio, "me bajó" el 20, así que mi siguiente periodo sería dentro de dos semanas.

Oye, ¿en Ancón no pasó nada, no? ¿O si? Enrique, ya me asusté. Ahora le falta un pedacito a mi mundo para estar “OK”. Bueno el doctor, o seudo-doctor, me recetó 20 tabletas y un jarabe, todo durante 20 largos días. Dijo que era para curar la gastritis y también señaló que si la receta no causaba efecto regresara a su consultorio (es que al parecer el chico ni siquiera está completamente seguro de que lo que tengo se trate de una gastritis. Ya ni yo estoy segura. Es que cuando mencionó lo del embarazo lo dijo con tal confianza, que ya me la creí; para mí que tuvo que ver algo lo de Ancón.



Ya estoy tomando lo que me recetó, y obviamente si me quiero curar, en caso de que se trate de mi vieja gastritis, así que no puedo consumir ni una sola gota de alcohol y debo comer sano, como me dijo el chico antes de retirarme de su consultorio. Entonces el sábado, si es que voy a la fiesta brindaré con agua mineral. Y digo si es que voy porque si tú sigues enojado conmigo porque ya no me soportas, no tiene caso que vaya. Enrique, ahora estoy recontra-asustada y quiero que estés conmigo, y si ya no me soportas, aunque sea espérate dos semanas ¿no? Yo quiero casarme contigo y tener muchos “Enriquitos” (aunque creo que saldrán “marcianitos”) No me dejes, tú eres un ejemplar único para mí y no pienso perderte así no más porque sí, para verte después con la primera resbalosa que se te cruce por el camino.
¿Creo que ya te aburrí, no? Se supone que sería un simple comunicado de lo que me dijo ese joven y apuesto médico (¡¡mentira!! con los nervios ni le ve bien la cara.) pero yo soy así, nunca sé como terminar lo que escribo, especialmente si estoy contando un hecho que me ha sucedido, aunque creo que a todos nos pasa lo mismo. No sabes cuánto te extraño, no te lo imaginas... Si el sábado te veo, prepara tus labios para mí.

Todavía amo tus piojos...
Por siempre,
Mily Céspedes.
04/08/2006 5:15:56 a.m.

::. Cartas desde la angustia (Parte 01)

Para: Enrique

S
eguro debes estar muy ocupado en asuntos de tu revista o tal vez te encuentres en la creación de un nuevo poema para rellenar tu blog, pero lo que tengo que decirte es muy importante, así que lamento interrumpirte. Me hubiese gustado decírtelo personalmente pero sé que tu condición de hombre te impide recorrer tan largo trayecto para visitarme en mi triste y patético distrito.

Bueno, desde hace una semana, aproximadamente, me he sentido algo enferma, me dolía la cabeza y tenia ganas de vomitar; el dolor de cabeza no me preocupó, pues supuse que era una secuela de la borrachera del 22, pero lo segundo sí me inquietó, especialmente cuando me percaté que a pesar del paso de los días las ganas de vomitar no se desvanecían.

¿Recuerdas que en ciertas ocasiones te dije que siempre se me inflaman las amígdalas - o algo parecido que esta dentro de mi garganta - haciendo que durante el proceso me de náuseas y cosas así? Al parecer estaba padeciendo lo mismo de siempre, pero algo me alarmó. Nunca antes las náuseas me hacían despertar a las 4 de la madrugada para querer vomitar; hacía un gran esfuerzo para no hacerlo - no quería ensuciar el piso, ¡¡¡que flojera para limpiar después!!! - y lo único que conseguía era que mi boca produzca gran cantidad de saliva que obviamente sí tenía que votar, pues si me lo tragaba, el vómito era inminente. Y no solo esas terribles madrugadas eran lo alarmante, sino que la pesadilla se reiniciaba al despertar y a la hora de almuerzo - era obvio, luego de pasar tan mala noche. Era como si mi estómago no quisiera recibir los alimentos que consumía, que me obligaba a devolverlos.
Mi mamá, siguiendo su sexto sentido y no perdiendo nunca la mala costumbre de la automedicación, me dio algunas pastillas, sin conseguir el efecto deseado.

Ayer desperté temprano gracias a ti. Luego de tu jodida llamada del miércoles me fui a mi cuarto a mojar mi almohada; eran casi las 11 de la noche. ¿Sabes?, las lágrimas me quitan mucha energía, así que me dormí temprano a comparación de días anteriores, en los que no había conseguido hacerlo por culpa de aquellas múltiples tazas de café a las que me he vuelto adicta. La cuestión es que cuando desperté sentí un agudo dolor en la parte inferior derecha de mi vientre y en ese instante creí haber conseguido la respuesta a mis quejidos: la gastritis. ¡Claro! Hasta hace dos años yo padecía de tal enfermedad pero creí haberme curado. Baje las escaleras y le conté a mi mamá; yo sabia que si mi papá se enteraba de lo que me pasaba me mandaría, sin meditarlo, a la posta de salud que esta cerca a mi casa, y como la única forma de que se enterara era que escuchara mi conversación con su esposa, me puse a hablar en voz alta y con ciertos ademanes de dolor. Conseguí lo que me propuse - ¿como siempre?

M e alisté y me fui con mi mami .Logré que me atendieran de emergencia, pues la situación lo ameritaba. Una doctora nos condujo hacia un consultorio. Me llamó la atención el letrero de la puerta, pues decía algo así como “consultorio médico para adolescentes"; nunca había ingresado allí.


El doctor gritó “¡Céspedes!”, y entré con mi mamá. No sabes lo que era ese
médico: (porque estoy segura que aún no es doctor (súper joven, recién salido de
la universidad, de unos 28 años aproximadamente. Al menos me sentía cómoda con
él, lo gracioso es que no me miraba hasta que votó, minutos después, a mi mamá,
por supuesto con la delicadeza del caso.

Primero me preguntó qué síntomas tenía, y luego me hizo el chequeo de rutina, el pulso y esas vainas pues. Luego de examinarme noté cierta preocupación en su rostro, yo creí que era porque le estaba agobiando con tantas preguntas y él, por su juventud y poca experiencia con pacientes de verdad, no sabia qué responderme. Mientras le comentaba todas las partes del cuerpo que me dolían, él por fin alzó la mirada, se dirigió a mi mamá y le dijo:” señora me puede dejar a solas con su hija, necesito conversar con ella”. Mi mamá lo tomó con total normalidad, pero yo no. Más tarde comprendí el por qué de la exclusión de mi mamá, pues lo que él me dijo le hubiese ocasionado un paro cardíaco.

[Esta es la parte de la historia del que sólo recordarlo hace que mis manos
empiecen a temblar y a sudar frío]